Hospital Cedars-Sinai, Los Angeles.
-Siéntese, por favor, señora Oyarzabal.
-Señorita…
-Discúlpeme… señorita Oyarzabal. No tengo buenas noticias.
-Ya lo supongo, doctor Grady. Puede hablarme con claridad. Soy del gremio.
-Cáncer de hígado… estadio 4. Le quedan sólo unas semanas.
-Pero Delia, ¿qué vamos a hacer sin ti? ¿Qué va a ser del Instituto Utnos sin ti? ¡Ya casi lo teníamos!
-Lo siento, Edward. Me quedaré dos días más para dejar todo en orden.
-Si ya casi está… Los nanobots funcionan perfectamente, la administración de fármacos intracelular también… Sólo nos queda comprobar que la inserción de cadenas de ADN también funciona correctamente.
Ambos dirigen su mirada a las cajas de metacrilato en las que corretean treinta ratones blancos. Uno de ellos se retuerce entre espasmos hasta que queda inmóvil.
-Eso no parece muy prometedor – dice Delia.
-¡Oh, no! ¡Mierda! ¿Pero ves los demás? Están cada vez mejor.
-Sí. Hasta que mueren.
-¿Cuántos bots llevan?
-Ese era Merry y llevaba dos millones de L-Bots. Diez veces más que Elrond, el número uno. El inmortal. El que lleva doce años aguantándolo todo. Pero tenemos varios rangos, por encima y por debajo de Elrond. Ningún otro funciona.
-Y no acertamos con la tecla.
-Cierto. Este campeón ha superado enfermedades, tumores, amputaciones… Ha regenerado neuronas, huesos y tejidos. Y soy incapaz de reproducir lo mismo con los demás. Pero sé que estamos cerca.
-¿Tanto como para solucionarlo en dos días?
-No lo sé. Debe haber un comportamiento anormal en el caso de Elrond, algo que se nos escapa, que somos incapaces de reproducir en los demás. Quizás una especie mutación de bots.
Ambos observan en silencio cómo corretea Elrond alrededor de su pocillo de agua.
-Es un crack -dice Edward.
-Sí. Cuidadlo bien. Tiene un tumor en el cerebelo. Se está curando.
-¿Qué vas a hacer, Delia?
-Volveré a mi país. Pero tranquilo, lo dejaré todo en orden, para que podáis continuar…
-De acuerdo -Edward se gira apesadumbrado hacia la puerta-. Te dejo trabajar.
-Hasta mañana.
Edward sale por la puerta y Delia se inclina sobre la caja de Elrond.
-Ayúdame amiguito. Necesito tu secreto -murmura.
En una pantalla, Delia visualiza la distribución de nanobots en el cuerpo del ratón. Selecciona y amplia una zona del cerebelo en la que un tumor del tamaño de una lenteja se ve rodeado por una nubecilla gris. A continuación se sienta en un asiento reclinable y se coloca unos guantes hápticos y unas gafas de realidad virtual.
Ante ella, el tumor tiene ahora el tamaño de un estadio de futbol. Está bajo la epidermis de Elrond y la potente luz del laboratorio genera una penumbra rojiza en la celda cerebelosa. Aquí y allá se reproducen las blanquecinas células cancerosas, pero a su alrededor la nube gris formada por miles de nanobots va desgajándolas una a una de la estructura del tumor.
Delia está fusionada con uno de esos nanobots. Tiene control total sobre él. Un gesto de sus manos la lanza contra la célula cancerosa más cercana. Penetra a través de la pared celular y observa cómo otros compañeros desmantelan los cromosomas del núcleo. Cadenas de ADN flotan en todas direcciones. Esa célula ya no se va a reproducir.
Tras cada nanobot que sale de la célula cuelga una cadena de ADN. Servirán para reparar problemas en células sanas. Delia sigue un grupo de nanobots hasta una célula sana. Es una célula vieja. Los nanobots saben lo que deben hacer. Desde el primero que se introdujo en el cuerpo de Elrond todos replican la misma programación. Rodean el núcleo y poco a poco atraviesan la envoltura nuclear, alcanzan las cadenas de ADN de los cromosomas y sustituyen cadenas deterioradas por las obtenidas de la célula cancerosa.
Delia sale del núcleo y cuando se dispone a atravesar nuevamente la pared celular, por el rabillo del ojo observa un nanobot que se introduce en una mitocondria. Esto no lo ha visto nunca. Con un gesto de las manos inicia la persecución del nanobot. Dentro de la mitocondria éste trabaja en solitario. Introduce la cadena de ADN y elimina un segmento. Como si hubiera cambiado una pila, la energía comienza a fluir: los metabolitos comienzan a oxidarse y se acelera la síntesis de ATP.
Delia se incorpora. Algo le dice que el día de mañana será muy largo.
Una vía se abre paso por una vena del brazo izquierdo de Delia. Con el visor VR sobre la cabeza y las manos enfundadas en los guantes hápticos, Delia descarga un vial de lleno de nanobots en su torrente sanguíneo. Parece mercurio. Se coloca el visor y se encuentra en medio de la masa de nanobots. Impulsados por el constante bombeo del corazón, pasan por todos los órganos. En un minuto han recorrido todo el cuerpo tres veces.
La siguiente vez que pasan por el hígado, Delia logra detener el nanobot en uno de los tumores. Sabe lo que tiene que hacer. Su nanobot debe aprender el procedimiento; debe programarlo. Su comportamiento debe replicar el del nanobot rebelde de Elrond. El resto de nanobots comienzan su tarea con las células cancerosas. Ella se hace con la cadena de ADN apropiada, la introduce en el ADN mitocondrial, elimina el segmento adecuado y disfruta de la magia. A continuación libera el nanobot. Se quita las gafas y usando la pantalla introduce el comando que copiará el comportamiento de su nanobot en uno de cada cien mil de los que circulan por su cuerpo. Es una medida aproximada, pero la suerte está echada.
Instituto Onkologikoa, Donostia.
-Es fascinante. Hoy por la mañana he tenido una videollamada con el doctor Grady del Cedars y afirmaba que en su última consulta tenía usted un cáncer de hígado en estadio 4. ¿Cómo es posible que ya no haya rastro de él?
-No lo sé, doctor Zabala -dice sonriente Delia Oyarzabal-. Pero le aseguro que no puedo estar más contenta. Salude al doctor Grady de mi parte la próxima vez que hable con él.