Capítulo IV
Posición 340
Joad dijo:—Es inevitable que se le ocurran ideas a uno si se dedica a pensar en cosas.
Capítulo VI
Posición 937
—No hay nada tan fácil de preparar como un conejo—dijo. Levantó la piel del lomo, hizo un corte, metió los dedos en el agujero y arrancó la piel. Ésta se deslizó como una media, del tronco hasta el cuello y de las patas hasta las pezuñas. Joad volvió a tomar la navaja y le cortó la cabeza y las pezuñas. Dejó la piel en el suelo, rajó al conejo a lo largo de las costillas y después de sacudir los intestinos y dejarlos sobre la piel arrojó el lío al campo de algodón. El pequeño cuerpo de músculos bien formados quedó listo. Joad cortó las patas y el lomo carnoso en dos pedazos.
Posición 1054
que los hombres hacen cosas racionales. Aquí estoy yo, me meten allí, me encierran y me alimentan cuatro años. Así deberían conseguir cambiarme de modo que no lo volviera a hacer o, si no, castigarme para que no me atreva a repetirlo
Posición 1062
es un asunto que empezó hace siglos, nadie parece ser capaz de ponerle fin y no hay nadie con el sentido común suficiente para cambiarlo. Me dijo: por el amor de Dios, no leas sobre eso porque, por una parte, sólo conseguirás embrollarte más, y por otra, perderás el respeto por los que manejan los gobiernos.
Posición 1066
Willy Feeley conducía el tractor y va a ser el hombre de paja que supervise la tierra que su propia familia trabajaba. Eso me preocupa. Lo comprendería si fuera alguien que viene de fuera y que no sabe nada de nosotros, pero Willy es de aquí. Me preocupó tanto que fui a verle y le pregunté. Inmediatamente se puso furioso. «Tengo dos niños pequeños», dijo. «Están mi mujer y mi suegra. Todos tienen que comer.» Se puso como loco, «Lo primero y lo único que tengo que pensar es en mi familia propia», explicó. «Lo que le pase a otra gente no es mi problema.» Me parece que estaba avergonzado y por eso se enfureció.
Capítulo VII
Posición 1168
No distingue el culo de las témporas.
Capítulo VIII
Posición 1401
Su rostro lleno no era blando; era un rostro controlado, bondadoso. Sus ojos de avellana parecían haber sufrido todas las tragedias posibles y haber remontado el dolor y el sufrimiento como si se tratara de peldaños, hasta alcanzar una calma superior y una comprensión sobrehumana. Parecía conocer, aceptar y agradecer su posición, la ciudadela de la familia, el lugar fuerte que no podría ser tomado.
Posición 1567
—Y me puse a pensar, sólo que no era pensar, sino algo más profundo. Pensar en cómo éramos sagrados cuando éramos una unidad y en que la humanidad era sagrada cuando era una. Y sólo dejaba de serlo cuando un tipejo miserable se impacientaba y dejaba la unidad para seguir su propio camino, revolviéndose, arrastrando y peleando. Un tipo de esos deshacía la santidad. Pero cuando todos trabajan juntos, no una persona por otra, sino cada uno uncido al conjunto, eso es lo correcto y es sagrado.
Capítulo X
Posición 1768
—Creí que estabas durmiendo. Venga, déjame que te abroche la ropa—y, aunque intentó resistirse, ella lo agarró y le abrochó la camiseta, la camisa y la bragueta—. Ve a dar un paseo—dijo, y le soltó.
Él farfulló indignado:
—Uno se convierte en un… en un… cuando alguien le tiene que abrochar la ropa. Quiero que me dejen abrocharme mis propios pantalones.
Madre dijo con guasa:
—En California no permiten que la gente vaya por ahí con la ropa desabrochada.
—No, ¿eh? Bueno, yo les voy a enseñar. ¿Se creen que me van a enseñar cómo tengo que comportarme? Pues si me da la gana iré por ahí con los huevos colgando.
Posición 1803
Subí a una colina, a mirar: las casas están vacías, las tierras están vacías y toda esta región está vacía. No puedo quedarme aquí. He de ir donde va la gente. Trabajaré en los campos y quizá logre ser feliz.
—¿No va usted a predicar?—preguntó Tom.
—No voy a predicar.
—¿Y no va a bautizar?—preguntó Madre.
—No voy a bautizar. Voy a trabajar en los campos, en los campos verdes, y a estar cerca de la gente. No intentaré enseñarles nada. Voy a tratar de aprender, voy a aprender por qué la gente camina sobre la hierba, voy a oírles hablar y cantar. Voy a oír a los niños comiendo gachas, al marido y a la mujer haciendo el amor en un colchón por la noche. Voy a comer con ellos y a aprender—sus ojos se volvieron húmedos y brillantes—. Voy a hacer el amor sobre la hierba con quien quiera tenerme, abierta y honradamente. Voy a jurar y a soltar juramentos, a oír la poesía del habla de la gente. Antes no entendía que todo eso es sagrado, que son las cosas buenas.
—Amén—dijo Madre.
Posición 1840
Su marido, Connie, de diecinueve años, que se había casado con una rolliza muchacha bulliciosa y apasionada, aún estaba asustado y perplejo ante el cambio que ella había experimentado; se habían terminado las peleas de gatos en la cama, los mordiscos y arañazos acompañados de risas ahogadas, que acababan con lágrimas. En su lugar había una criatura equilibrada, cuidadosa y sabia que le sonreía con timidez, pero muy firme. Connie se enorgullecía de Rose of Sharon y la temía. Siempre que podía, ponía una mano encima de ella o permanecía a su lado, de manera que con el cuerpo se encontrara su cadera y su hombro y así creía conservar una relación que parecía estar escapándosele. Él era un joven enjuto de rostro afilado y origen tejano, y sus ojos de color azul pálido eran peligrosos algunas veces, otras veces mostraban afabilidad y otras temor. Trabajaba duro y sería un buen marido. Bebía lo bastante, pero nunca demasiado; peleaba cuando las circunstancias lo exigían y nunca presumía. En las reuniones solía permanecer callado y, sin embargo, lograba que los demás notaran su presencia y le tuvieran en cuenta.
Posición 2114
Los cacharros pequeños no son útiles. Se puede cocinar poca cantidad en una olla grande, pero no al revés.
Capítulo XI
Posición 2269
El carbono no es un hombre, ni lo son la sal, el agua, el calcio. Él es todo eso, pero también mucho más, mucho más; y la tierra es mucho más que lo que revela su análisis. El hombre, que es más que sus reacciones químicas, caminando sobre la tierra, torciendo la reja del arado para esquivar una piedra, soltando la esteva para dejarse resbalar por una roca que sobresale, arrodillándose en la tierra para almorzar; el hombre que es algo más que los elementos que lo componen conoce la tierra que es más que un análisis de componentes. Pero el hombre de la máquina, conduciendo un tractor muerto por un campo que ni conoce ni ama, sólo entiende la química; y siente desprecio por la tierra y por sí mismo. Cuando las puertas de hierro galvanizado se cierran él se va a su casa, y su casa no es el campo.
Posición 2293
Y en las noches ventosas las puertas golpeaban contra los marcos y las cortinas en jirones aleteaban en las ventanas sin cristales.
Capítulo XII
Posición 2340
donde han venido? Éste es un país libre. Cada uno puede ir donde le apetezca. ¡Eso es lo que usted se cree! ¿Ha oido hablar alguna vez de la patrulla fronteriza de California? Es de la policía de Los Angeles. Les detendrán, desgraciados, les harán volver. Mire, si no puede comprar tierras no le queremos aquí. Por cierto, ¿tiene carnet de conducir?, déjeme verlo. Se ha roto. No se puede entrar sin carnet de conducir. Es un país libre. Bueno, intente comprar la libertad. Por aquí decimos que un tipo tiene tanta libertad como su dinero le permite comprar.
Posición 2358
Un tipo que yo conocía solía contar una historia, decía: cuando yo era pequeño mi viejo me dio una novilla por el ronzal y me dijo que la llevara y que le hicieran un buen servicio. Yo lo hice y, desde entonces, cada vez que oigo a un hombre de negocios hablar de servicios me pregunto a quién están jodiendo.
Capítulo XIII
Posición 2490
—Sí, pero a dónde va a llegar todo esto. Eso es lo que quisiera saber. Tom interrumpió irritado:
—Bueno, pues nunca lo sabrá. Casy intenta explicárselo y usted simplemente vuelve a hacer la misma pregunta. Ya he conocido antes a gente como usted. No es que pregunte nada; usted se limita a cantar una especie de canción: ¿a dónde vamos a llegar? Usted no quiere saberlo. La gente se está movimiendo, yendo a distintos lugares. Hay gente muriendo a su alrededor. Quizá usted muera pronto, pero no sabrá nada. He visto demasiados tipos como usted. No quiere saber nada. Lo único que quiere es cantarse una nana para quedarse dormido: «¿A dónde vamos a parar?»
Capítulo XIV
Posición 3001
Si el tractor fuera nuestro, sería algo bueno, no mío, sino nuestro. Si nuestro tractor abriera los surcos de nuestra tierra, sería bueno. No de mi tierra, sino de nuestra tierra. Entonces podríamos amar ese tractor igual que amamos esta tierra cuando era nuestra. Pero el tractor hace dos cosas: remueve la tierra y nos expulsa de ella. Apenas hay diferencia entre el tractor y un tanque. Los dos empujan a la gente, la intimidan y la hieren. Hemos de pensar en esto.
Posición 3006
Y por la noche una familia acampa en una vaguada y otra familia se acerca y aparecen las tiendas. Los dos hombres conferencian en cuclillas y las mujeres y los niños escuchan. Éste es el núcleo, tú que odias el cambio y temes la revolución. Mantén separados a estos dos hombres acuclillados; haz que se odien, se teman, recelen uno del otro. Aquí está el principio vital de lo que más temes.
Posición 3016
Si tú, que posees las cosas que la gente debe tener, pudieras entenderlo, te podrías proteger. Si fueras capaz de separar causas de resultados, si pudieras entender que Paine, Marx, Jefferson, Lenin, fueron resultados, no causas, podrías sobrevivir. Pero no lo puedes saber. Porque el ser propietario te deja congelado para siempre en el «yo» y te separa para siempre del «nosotros».
Capítulo XV
Posición 3030
Las paredes decoradas con posters, chicas en bañador, rubias de grandes pechos y caderas esbeltas y rostros de cera, con trajes de baño blancos, que sujetan una botella de Coca-Cola al tiempo que sonríen: vea lo que puede tener con una Coca-Cola.
Posición 3115
¿Sabes alguno nuevo, Bill? Bueno, aquí va uno. Lleva cuidado, hay una señora delante. No, si éste no es muy fuerte. Un chiquillo llega tarde a la escuela. La maestra le pregunta: ¿por qué llegas tarde? El crío contesta: tuve que llevar una vaquilla a que la montaran. La maestra le dice: ¿no podía haberlo hecho tu padre? El niño responde: claro que sí, pero no tan bien como el toro.
Capítulo XVI
Posición 3442
Sangrando como un hijo de puta—dijo—. Bueno, yo sé cómo pararlo—orinó en la tierra, cogió un poco del barro resultante y lo aplicó sobre la herida. La sangre siguió manando un momento y luego el flujo se cortó—. Es lo mejor que hay en el mundo para cortar la sangre—dijo.
Posición 3611
—¿Crees que… le podría gustar a alguien?
—Pues claro—respondió Tom—. Diles que te ha crecido el pito desde que perdiste el ojo.
Capítulo XVII
Posición 4016
Y quizá un hombre sacará la guitarra a la puerta de su tienda. Sentado en una caja, atraería con su música a todo el campamento, que se iría acercando poco a poco. Muchos hombres saben tocar acordes en la guitarra, pero quizá éste supiera punteo. Allí ya hay algo: los graves acordes marcando, marcando, mientras la melodía corre por las cuerdas como pasos pequeños. Duros dedos marchando sobre los trastes. El hombre tocaba y la gente se iba acercando hasta formar un círculo cerrado y apretado, y entonces él cantaba «Algodón de diez centavos y carne de cuarenta centavos». Y el círculo le acompañaba cantando suavemente. Él cantaba «Niñas, ¿por qué os cortáis el pelo?». El círculo cantaba como un lamento la canción «Me voy de Tejas», esa canción misteriosa que ya se cantaba antes de que llegaran los españoles, sólo que entonces la letra era india.
Posición 4027
Y todos deseaban poder puntear una guitarra, porque es algo delicado.
Capítulo XVIII
Posición 4439
Cantar y rezar es lo mismo, exactamente lo mismo. Me gustaría que me hubiera oído usted cantar.
Capítulo XIX
Posición 4842
Y el hecho que siempre acompaña: cuando hay una mayoría de gente que tiene hambre y frío, tomará por la fuerza lo que necesita. Y el pequeño hecho evidente que se repite a lo largo de la historia: el único resultado de la represión es el fortalecimiento y la unión de los reprimidos. Los grandes propietarios hicieron caso omiso de los tres gritos de la historia. La tierra fue quedando en menos manos, aumentó el número de los desposeídos y los propietarios dirigieron todos sus esfuerzos a la represión. El dinero se gastó en armas, y en gasolina para mantener la vigilancia en las enormes propiedades y se enviaron espías que recogieran las instrucciones susurradas para la revuelta, de forma que ésta pudiera ser sofocada. La economía en proceso de cambio fue ignorada, al igual que los planes del cambio; y sólo se consideraron los medios para extinguir la revuelta, mientras persistían las causas de la misma.
Capítulo XX
Posición 5792
—Nos apalean continuamente.
—Ya lo sé—Madre rió entre dientes—. Quizá es lo que nos hace fuertes. Los ricos van y se mueren y sus hijos no sirven para nada y van desapareciendo. Sin embargo, Tom, nosotros seguimos surgiendo. No te inquietes, Tom. Llegan nuevos tiempos, distintos.
Capitulo XXI
Posición 5803
Capitulo XXI Ahora las personas que estaban en movimiento, que iban en busca de algo, eran emigrantes. Las familias que habían vivido en una pequeña parcela de terreno, que habían vivido y habían muerto en un espacio de cuarenta acres, que habían comido o pasado hambre con lo que producían esos cuarenta acres, tenían ahora todo el oeste para recorrerlo a sus anchas. Y se extendían presurosas, buscando trabajo; las carreteras eran ríos de gentes y las cunetas a los bordes eran también hileras de gente. Tras estas gentes venían otras. Las grandes carreteras bullían de gente en movimiento. Allá en el medio oeste y el suroeste había vivido una población sencilla y campesina a la que no había afectado el cambio de la industria, que no había trabajado la tierra con maquinaria, ni conocido la fuerza y el peligro que las máquinas podían adquirir estando en manos privadas. No habían crecido en las paradojas de la industria. Sus sentidos todavía percibían con claridad lo ridículo de la vida industrial.
Y entonces, de pronto, las máquinas los expulsaron y ellos invadieron las carreteras. El movimiento les hizo cambiar; las carreteras, los campamentos a orillas de los caminos, el temor al hambre, y la misma hambre, les transformaron. Cambiaron porque los niños debían pasarse sin cenar y por estar en constante e incesante movimiento. Eran emigrantes. Y la hostilidad les hizo diferentes, los fundió, los unió: la hostilidad que hacía que en los pequeños pueblos la gente se agrupara y tomara las armas como para rechazar a un invasor, brigadas con mangos de picos, dependientes y tenderos con escopetas, protegiendo el mundo contra su propia gente.
En el oeste cundió el pánico cuando los emigrantes se multiplicaron en las carreteras. Los que tenían propiedades temieron por ellas. Hombres que nunca habían tenido hambre vieron los ojos de los hambrientos. Otros que nunca habían deseado nada con vehemencia, pudieron ver la llama del deseo en los ojos de los emigrantes. Y los hombres de los pueblos y de las suaves zonas rurales adyacentes se reunieron para defenderse; y se convencieron a sí mismos de que ellos eran buenos y los invasores malos, tal como debe hacer un hombre cuando se dispone a luchar. Dijeron: estos malditos okies son sucios e ignorantes. Son unos degenerados, maníacos sexuales. Estos condenados okies son ladrones. Roban todo lo que tienen por delante. No tienen el sentido del derecho a la propiedad.
Y esto último era cierto, porque ¿cómo puede un hombre que no posee nada conocer la preocupación de la propiedad? Y gentes a la defensiva dijeron: Traen enfermedades, son inmundos. No podemos dejar que vayan a las escuelas. Son forasteros. ¿Acaso te gustaría que tu hermana saliera con uno de ellos?
Los oriundos se autoflagelaron hasta convertirse en hombres de temple cruel. Entonces formaron unidades, brigadas, y las armaron… las armaron con porras, con gases, con revólveres. Ésta es nuestra tierra. No podemos permitir que estos okies se nos suban a las barbas. Y los hombres que iban armados no poseían la tierra, pero ellos creían que sí. Y los dependientes que hacían guardia por las noches no tenían nada y los pequeños comerciantes sólo poseían un cajón lleno de facturas sin pagar. Pero incluso una factura es algo, incluso un empleo es algo. El dependiente pensaba: yo gano quince dólares por semana. ¿Y si un okie de mierda estuviera dispuesto a trabajar por doce? Y el pequeño tendero pensaba: ¿Cómo podría yo competir con un hombre que no tenga deudas?
Y los emigrantes bullían por las carreteras, el hambre y la necesidad reflejadas en sus ojos. No tenían ningún argumento, ningún sistema, nada excepto su número y sus necesidades. Cuando había trabajo para un hombre, diez hombres luchaban por él… luchaban por un salario bajo. Si ése está dispuesto a trabajar por treinta centavos, yo trabajaré por veinticinco. Si ése se conforma con veinticinco, yo me conformo con veinte.
No, yo, estoy hambriento. Yo trabajaré por quince centavos, por un poco de comida. Los niños. Deberías verles. Les salen como pequeños diviesos y no pueden correr por ahí. Les di una fruta que se había caído y se hincharon. Yo trabajaré por un trozo pequeño de carne.
Y esto era bueno porque los salarios seguían cayendo y los precios permanecían fijos. Los grandes propietarios estaban satisfechos y enviaron más anuncios para atraer todavía a más gente. Y los salarios disminuyeron y los precios se mantuvieron. Y dentro de muy poco tendremos siervos otra vez.
Y entonces los grandes propietarios y las compañías inventaron un método nuevo. Un gran propietario compró una fábrica de conservas. Y cuando los melocotoneros y las peras estuvieron maduros puso el precio de la fruta más bajo del coste de cultivo. Y como propietario de la conserva se pagó a sí mismo un precio bajo por la fruta y mantuvo alto el precio de los productos envasados y recogió sus beneficios. Los pequeños agricultores que no poseían industrias conserveras perdieron sus fincas, que pasaron a manos de los grandes propietarios, los bancos y las compañías que al propio tiempo eran los dueños de las fábricas de conservas. Con el paso del tiempo, el número de las fincas disminuyó. Los pequeños agricultores se trasladaron a la ciudad y estuvieron allí un tiempo mientras les duró el crédito, los amigos, los parientes. Y después ellos también se echaron a las carreteras. Y los caminos hirvieron con hombres ansiosos de trabajo, dispuestos incluso a asesinar por conseguir trabajo.
Y las compañías, los bancos fueron forjando su propia perdición sin saberlo. Los campos eran fértiles y los hombres muertos de hambre avanzaban por los caminos. Los graneros estaban repletos y los niños de los pobres crecían raquíticos, mientras en sus costados se hinchaban las pústulas de la pelagra. Las compañías poderosas no sabían que la línea entre el hambre y la ira es muy delgada. Y el dinero que podía haberse empleado en jornales se destinó a gases venenosos, armas, agentes y espías, a listas negras e instrucción militar. En las carreteras la gente se movía como hormigas en busca de trabajo, de comida. Y la ira comenzó a fermentar.
Capítulo XXII
Posición 6252
—Pero es que no me encuentro bien.
Madre se acercó a ella con las manos pringosas extendidas.
—Muévete—dijo Madre—. Hay veces en que aunque te encuentres mal tienes que guardártelo para ti misma.
—Voy a vomitar—gimoteó Rose of Sharon.
—Bueno, pues ve a vomitar. Claro que tienes náuseas. Como todo el mundo. Vomita, y luego te aseas, te lavas las piernas y te pones los zapatos—le dio la espalda—. Y trénzate el pelo—añadió.
Posición 6288
—Dígamelo a mí—dijo él. Olfateó el aire—. Oiga… ¿ese café que huele tan bien es el suyo?
Madre sonrió.
—Huele bien, ¿verdad? Al aire libre siempre huele bien
Capítulo XXIV
Posición 6950
Rose of Sharon se volvió para guardar el plato. Tom la señaló.
—Dios mío, se está poniendo gorda—dijo. Rose of Sharon se ruborizó y le cogió otro plato a Madre.
—Claro que sí—dijo Madre.
—Y más guapa—dijo Tom. La muchacha se puso más colorada y bajó la cabeza.
—Déjalo ya—dijo suavemente.
—Pues claro—dijo Madre—. Una chica esperando siempre se pone más guapa.
Capítulo XXV
Posición 7212
Quemar café como combustible en los barcos. Quemar maíz para calentarse, hace un cálido fuego. Tirar patatas a los ríos y poner vigilantes a lo largo de las orillas para evitar que la gente hambrienta las pesque. Matar a los cerdos y enterrarlos y dejar que la putrefacción se filtre en la tierra.
Eso es un crimen que va más allá de la denuncia. Es una desgracia que el llanto no puede simbolizar. Es un fracaso que supera todos nuestros éxitos. La tierra fértil, las rectas hileras de árboles, los robustos troncos y la fruta madura. Y niños agonizando de pelagra deben morir por no poderse obtener un beneficio de una naranja. Y los forenses tienen que rellenar los certificados—murió de desnutrición— porque la comida debe pudrirse, a la fuerza debe pudrirse.
La gente viene con redes para pescar en el río y los vigilantes se lo impiden; vienen en coches destartalados para coger las naranjas arrojadas, pero han sido rociadas con queroseno. Y se quedan inmóviles y ven las patatas pasar flotando, escuchan chillar a los cerdos cuando los meten en una zanja y los cubren con cal viva, miran las montañas de naranjas escurrirse hasta rezumar podredumbre; y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia.
Capítulo XXVI
Posición 7255
—Madre se vuelve dura -comentó Tom—. Ya la he visto enfadarse un montón de veces y explotar.
Posición 7681
No tenemos qué comer. ¿Nos pagan de inmediato?
—Bueno, no con dinero. Pero en la tienda le pueden dar crédito.
—Venga, deprisa—dijo Tom—. Quiero meterme algo de pan y carne en el cuerpo esta noche.
Capítulo XXVIII
Posición 8548
Es curioso. Quiero comprar cosas. Cosas que no necesito. Me gustaría comprarme una cuchilla de esas. También aquellos guantes. Son baratísimos.
—No se puede recoger algodón con guantes—dijo Padre.
—Ya lo sé. Y tampoco necesito una cuchilla. Todas estas cosas… te dan ganas de comprarlas, tanto si las necesitas como si no.
Capítulo XXIX
Posición 9037
Las mujeres miraron a los hombres, los miraron para ver si al fin se derrumbarían. Las mujeres permanecieron calladas, de pie, mirando. Y en donde un grupo de hombres se juntaba, el miedo dejaba sus rostros y la furia ocupaba su lugar. Y las mujeres suspiraron de alivio porque sabían que todo iba bien, que esta vez tampoco se irían abajo; y que nunca lo harían en tanto que el miedo pudiera transformarse en ira.