Hugo e Itziar


Euskaraz

—Te he dicho que no, Hugo. No te dejaré matar a nadie.

—Delia, esa mujer es muy peligros. Ella sí que ha matado a más de uno. Tiene entrenamiento y sólo piensa en la venganza. Si yo no la detengo, nadie lo hará.

—He dicho que no, Hugo. Y es mi última palabra.

—Ves lo mismo que yo, ¿verdad?

Hugo mira hacia Portaletas. Hay mucha bruma, pero gracias a la vista mejorada por los κ-nano, puede ver el perfil de una mujer bajo los arcos. Y a la altura del muslo del perfil de mujer discierne el cañón y la mira de un revolver. Mirando algo más hacia la derecha, hacia el ayuntamiento, ve también a otra mujer que se acerca. Una mujer pelirroja, joven aún, pero con muy mala cara. Camina pensativa.

—Sí, Hugo, ya veo —Hugo puede sentir en su mente, además de la voz de Delia, el pesar de ésta.

—Si no me sueltas, la matará

—… —Delia no sabe qué responder.

La mujer que vine de la zona del ayuntamiento se llama Palmira. Delia la conoce. Una vez la vio en Oiartzun y hasta habló con ella. Desde entonces, la ha visto hablar con Hugo más de una vez. Conoce las calamidades por las que ha pasado para salvar a su tía. Sabe que aunque, se contenga, Hugo está loco por esa mujer. Sabe las contradicciones que ha provocado ella en su ser. Y sabe, por supuesto, que además de no querer que Higo mate a nadie, mucho menos quiere que la mujer que espera bajo los arcos mate a nadie.

—¿Podemos al menos —los pensamientos de Hugo entran nuevamente en el discurso mental de Delia— darle un escarmiento como el mío?

Eso no le parece tan mala idea a Delia.

—De acuerdo —dice al tiempo que libera a Hugo de la presa que ejercían sobre él los κ-nano.

Palmira ha llegado a la altura de la Cofradía y Hugo ve salir a la rubia d edebajo de los arcos. Viene hacia donde él se encuentra escondido, sin duda con la intención de rodear la Cofradía por la parte de atrás y atrapar a Palmira justo cuando ésta esté entrando en casa, para allí… hacerle Dios sabe qué.

—En tu antebrazo derecho —oye Hugo en su cabeza. Dirige allí su mirada y sonríe satisfecho.

Hugo sale de detrás de la pila de redes de pesca tras la que se encontraba escondido, silencioso como una serpiente y la mujer rubia que camina sigilosa con el revolver en la mano ni se da cuenta, hasta que Hugo desde detrás agarra el arma. El reflejo de la mujer es de darse la vuelta y disparar, pero Hugo ha metido la comisura del dedo pulgar entre el cuerpo y el gatillo del arma y solo ha recibido un fuerte pellizco. El intenso dolor no hace que Hugo pierda el control y no suelta el arma.

De su antebrazo coge con la otra mano una aguja formada por κ-nanos. Un cono de unos diez centímetros que en su base tendrá unos tres milímetros y en la punta unos nanómetros. En el momento en el que la mujer trata de girarse para enfrentar a su agresor, Hugo le clava la aguja en el cuello hacia arriba. Todo el odio que destilaba la mirada de Itziar Lukin, se convierte primero en asombro y cuando la aguja alcanza su ojo izquierdo, en vacío.

Su mano hace otro gesto instintivo hacia arriba, con intención de disparar, pero la aguja se ha fundido dentro de su cabeza y los κ-nanos ha n tomado el control de su mente. Durante un par de segundos mantiene el equilibrio al borde del muelle, para finalmente caer sobre el toldo que cubre una barca. Su última mirada sólo distingue dos cosas: a Hugo incorporándose del borde del muelle en el que se encontraba agachado mirándola y el cuarto de luna que asoma en medio del cielo por un claro entra las nubes.

—Ahora queda en tus manos —le dice Hugo a Delia, mientras observa a Palmira, que trata de abrir el portal de su casa.

—De acuerdo. Yo me encargo —oye por última vez en su mente la voz de Delia—. Cuida a esa mujer. Creo que lo merece.